El lado oscuro de la ciencia

     El hombre es el agente de la investigación científica, pero a veces, en su naturaleza biológica constituye el objeto de la investigación. Esta afirmación hecha por el Papa Benedicto XVI a propósito del trabajo que actualmente desarrollan los científicos con células madre embrionarias, impugna el discurso de aquellos que abogan por la investigación con dichas células con la esperanza de abrir nuevas posibilidades para la curación de enfermedades degenerativas crónicas.

     La impugnación a la que hago referencia se fundamenta, según el pontífice, en el hecho de negar el derecho inalienable a la vida de toda la especie humana desde la concepción hasta la muerte natural. De acuerdo con este planteamiento, la obtención de células madre implica la destrucción de los embriones que se utilizan con fines experimentales y potencialmente terapéuticos. Tal situación me induce a reflexionar sobre una cuestión de fondo, polémica y hasta controversial como lo es la neutralidad o la ética tan cuestionada de la ciencia.

     Reconozco, por otra parte, que la línea de la ética toca muy de cerca a la de la ciencia; es esta última ¿buena o mala? La respuesta probablemente pueda encontrarse en la distinción que hagamos entre ciencia como conocimiento, como búsqueda del conocimiento o ciencia como actividad social. A mi modo de ver, los dos primeros escenarios estarían caracterizados por su naturaleza libre de valores. El tercero, en cambio, se avizora en estrecho vínculo con las prioridades discrecionales de un grupo social en particular, en cuyo caso sería perfectamente admisible hablar de responsabilidad en lugar de neutralidad.

     Así las cosas, estaríamos en presencia de una especie de política científica que identifica el conocimiento con el poder. Aun así, creo importante admitir que al menos, en algún grado, la ciencia ha ocupado los predios que antiguamente dominaba la religión. La misma coexiste, mórbidamente, con la ciencia en la actualidad al punto de generar serios conflictos como el referido al inicio del presente texto.

     No obstante, vale la pena preguntarse ¿puede la iglesia responsabilizar a la ciencia o a la comunidad científica por los excesos cometidos a raíz de un descubrimiento científico?, ¿fue acaso Einstein responsable por la ejecución práctica de sus observaciones teóricas que derivó posteriormente en la bomba atómica? En caso de que la respuesta fuera sí, toda demanda de neutralidad se me antoja imposible de justificar. En este sentido, creo que la ciencia aplicada, a diferencia de la ciencia per se, no es neutral. En todo caso, la ciencia puede incidir en el sistema de valores de una sociedad, pero en sí misma y por sí misma no genera valores en vista de que la investigación científica discierne lo que es (hechos) y no está determinada por lo que debe ser (valores).

     A esta altura del texto prefiero, en parte, cederle la palabra al gran filosofo Edgar Morín. Al hilo de sus consideraciones; ha llegado el momento de tomar consciencia de que una ciencia carente de reflexión y una filosofía puramente especulativa son insuficientes. En tal sentido, el prenombrado autor afirma que él defiende la ciencia combatiéndola, pero paradójicamente, ¿en qué consiste tal combate? Simple, en una impugnación ética a los posibles desastres de la aplicación de la ciencia.

     Ahora dejaré hablar a la otra parte aludida en este escrito; la iglesia. No hacerlo sería privarlo de la contundencia que pretendo para aclarar, en cierto modo, el lado oscuro de la ciencia. En 1979, en su discurso ante la Sociedad Europea de Física, Juan Pablo II sostenía: “Si se respetan los ámbitos propios de la fe y la ciencia, no puede haber oposición entre ambas porque la fe no puede ofrecer soluciones a la investigación científica como tal, pero da ánimos para que el científico prosiga con su investigación, siendo consciente de que en la naturaleza se puede encontrar la presencia del creador”.

     Desde esta perspectiva, creo posible el diálogo impostergable entre ciencia y fe, ética y mundo. Un diálogo cimentado obviamente en la convicción de que todos tenemos algo que decir; sobre un terreno neutral donde lo más importante no sean las fronteras, sino el hecho de no desandar caminos andados. Esto es posible aunque tengamos que reconocer, lamentablemente, que los intereses cambian más rápidamente que los valores (Wagensberg, 2003). Tal vez una postura humanista serviría de epílogo para rematar el tema pues ya lo decía Bunge (1997) que un humanismo sin ciencia y neutral es inoperante; una ciencia sin humanismo es peligrosa.

 
Innomente - Diseñado por JM